sábado, 30 de octubre de 2010

La bestia

Cada vez me sorprenden más las personas cercanas a mi generación. El otro día en clase estrenamos el apartado de literatura y todo el mundo se llevó las manos a la cabeza, resoplando y quejándose. Y lo peor llegó después, cuando la profesora mandó a un alumno leer el poema que venía en la introducción. El chaval lo leyó poniendo especial énfasis en las palabras que rimaban, como si se tratase de una de esas poesías que nos hacen aprender en primaria para empezar a trabajar la memoria, contribuyendo a cargárselo. Únicamente aumentó un poco el interés el día que empezamos la unidad del Mordernismo, por aquello de que uno de los rasgos de la poesía modernista es el erotismo, pero claro, nada más leer el poema de introducción, nuevamente se tiraron de los pelos porque resultó no ser lo que ellos pensaban.
Es un gravísimo error que la gente asocie la poesía al sentimentalismo bobalicón, al patetismo y al amor. Como lo demuestra, por ejemplo, la gran cantidad de libros con el título ‘’99 poemas de amor’’ que ponen a la venta los grandes almacenes el día de San Valentín. Cuando en realidad la poesía es una bestia salvaje capaz de devorarnos las entrañas y el alma. Es un gemido de dolor. Los poemas hay que gritarlos a pleno pulmón, para concienciar al mundo de la fuerza de los sentimientos y de la cruda realidad, ya que muchos describen las miles de injusticias y asesinatos que se cometieron en épocas pasadas. Además, por ello, la poesía también es un documento histórico. Y los poetas son guerreros que lucharon contra su época e intentaron cambiarla. Se idolatra a una cantante Pop que se viste con carne, pero no se admira a un poeta. Yo, por mi parte, quiero dar las gracias a todos los que crearon la expresión máxima de la belleza, que tenían sentimientos turbulentos que supieron expresar, a aquellos que perviven en sus versos por describir la dolorosa realidad, a todos esos guerreros, gracias.


EL HERIDO

II

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.


Miguel Hernández