miércoles, 8 de abril de 2009

Cuando no estás

La casa respiraba, sosegada, su ausencia.

Las prendas de vestir habían muerto ahogadas en la lavadora, teñidas por un tono magenta que había sido echado en falta por una larga falda cómplice de asesinato, que, sintiéndose culpable, se suicidó.

Los cadáveres de cigarros se habían acumulado en diversos ceniceros, y sus almas vagaban por los pasillos y las habitaciones.

El ordenador descansaba de su labor.


Y los únicos seres vivos que habitaban esa soledad desordenada habían perdido los pétalos debido a la manía que tenía una niña enamorada, de jugar con el azar.

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